Arroz en el tímpano

Comparte este artículo...

En mi familia todo nos cae en los oídos. Con dos añitos, mi hermano llegó un día diciendo que una punta de lápiz se le había caído en el oído izquierdo. Mi madre y yo, una blandiendo una pinza de depilar y la otra una pequeña linterna, intentamos extraer aquel cuerpo que había osado lanzarse al interior de su oído medio. No hubo suerte. Y no fue aquella la única vez, sino más bien el inicio de un impulso  familiar que no fue exclusivo de mi hermano, (todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera).

Meses después se le cayó una tuerca en el otro oído —mire usted, doctor, se le cayó una tuerca. No sé cómo pasó— y ni con pinza ni con linterna conseguimos sacarla.

Lo mío era más sutil y más profundo. Lo mío siempre fueron los abismos, por eso yo perdía objetos que se aventuraban por los canales semicirculares, el vestíbulo y la cóclea de mi oído interno. No allí donde ocurrían los sonidos, sino en la parte que tenía que ver con el equilibrio, con el no caerse, el no perderse al doblar una esquina, el seguir el camino trazado. Allí también tenían cabida los gritos y voces que nadie oía, como un injerto.

Mi oído estaba repleto de sombras húmedas, pero fue justo después de la tormenta de arroz y de tantos Vivan los novios (¡Vivan!) que uno de ellos se me coló dentro hasta echar raíces. No entiendo cómo pasó ni cómo el arroz de grano medio pudo germinar dentro, parir brotes verdes y hasta un fruto que necesitó algunos años para madurar. Por más que le expliqué, el médico no me creyó: no diga usted tonterías, un grano de arroz en el oído, menuda gilipollez.

Cuando el fruto maduro rodó hasta mis pies, terminó todo.  Y ahora —por fin— lo entiendo:

«(…) Porque donde un solo grano de arroz pueda alojarse (un terruño bien regado, un macetero bajo la lluvia, el húmedo interior de un tímpano desprevenido) y crecer hasta lo inverosímil, ahí y sólo ahí reside el verdadero miedo, la tortura definitiva, el fracaso de cualquier matrimonio.» Voces para un tímpano muerto, de Miguel A. Zapata.

Comparte este artículo...

2 comentarios

    • Jajajajaja El 90% de lo contado es cierto. Tú bien sabes cómo la realidad supera a la ficción con creces. ¡Besos!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *