Ir a mejor

Comparte este artículo...

Me acerco a la barra a por una copa, porque hace calor, mucha calor y desde que dejé de fumar, cuando estoy en una fiesta con amigos, necesito tener una mano ocupada en otros menesteres, una mano que no eche de menos otros vicios, provocadores y persistentes, moribundos pero jamás muertos.

Hace más de cuarenta grados de golpe, se fueron las tardes frescas de hace unos días, y él se acerca a la barra febril, con todos los grados rebosantes en sus pupilas brillantes, casi tan moribundo como mis vicios:

–¿Y tú vienes mucho por aquí, morena?

No espera respuesta y me tira del brazo. Bailamos junto a la barra. Es el baile nupcial a cuarenta grados, mientras la música retumba en la terraza y el albero añade unos grados en nuestros cuerpos sudados, mientras veo cómo una amiga se abanica sin descanso y mordisquea la oreja de su acompañante, mirando de reojo corretear a niños en pañales y descalzos rezumando libertad y aquella chica de rojo sacude la cabeza pensando que esto no, esto no es una boda, dónde se ha visto, sin ritos, sin un vals que robe miradas de admiración para la novia, sin un ramo que corte el aire, allí los dos junto a la barra, sin un aviso a los invitados como dicta el protocolo, riendo despreocupados, que ni ella va de novia ni nada de nada.

Nosotros seguimos bailando, yo copa en mano, tú con la fiebre apaciguada a ratos para que yo siga riendo, porque este baile es uno más, uno más de los que importan en la vida, de esos que te hacen sentir las piernas diligentes y el vientre firme de amor, uno de esos bailes que pueden desahuciarte de sueños pegajosos de telefilm, para qué queremos sueños contaminados de guionistas angloparlantes, yo sin derramar una gota de esa copa que a medida que avanza el baile deja de estar fresca, y qué importa, qué importa la copa, ni el baile, ni nada, sino reírse, sólo reírse mientras el mundo da vueltas, pese a que esto no es una boda, pese al sol que amenaza con quedarse a dormir, pese a tu fiebre. Pese a todo.

Y resulta que esa noche, cuando vuelvo con mi vestido intacto y mi mandíbula desvirgada de tanta risa, tú duermes en el sofá abrazando los antibióticos, enfermo el día que no se podía ni estaba permitido, pero de nuevo nos reímos con una risa rotunda de las que importan en la vida, de esas que te dejan el vientre firme y el pecho ensanchado. Tres años ya de aquella barra, del baile auténtico e innegable de nuestras carcajadas, rescatadas en el instante menos pensado, cuando intuimos, quizás, que tras una boda así -con su noche- la vida no puede sino ir a mejor.

Xenia García

Comparte este artículo...

2 comentarios

  1. Precioso Xenia, como siempre. Llega al alma. Enhorabuena por ese baile, más que por el baile en sí que siempre es un prodigio, por la excelente compañía, por tu risa, por la felicidad que destila cada una de esas imágenes que nos has regalado. Muchos besos

    • Gracias, Margarita, como siempre. Porque siempre tienes palabras para los demás. Y para risa, la tuya 😉 Qué voy a echar de menos la tarde-noche de los miércoles… Aishhh.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *