La ciudad de los cansados

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La bebé (tendría unos dos años) finalmente vomitó. Pero antes hubo muchas cosas. Nora bailó sus primeras sevillanas de oído. No es fácil bailar olvidando las reglas y las lecciones aprendidas. No es fácil divertirse arrinconando lo que una vez te enseñaron de forma aburrida. Ni dar vueltas y vueltas en una sala repleta de gente porque lo único que quieres es volar con tu traje, que los volantes se muevan y te eleven del suelo apenas unos segundos.

También hubo caminatas y mucho calor. La caló. Porque en el sur cuando los grados se hacen insoportables y se pegan al cuerpo adopta el carácter de mujer, o de madre, no sé bien.

Antes de que la bebé vomitara también hubo colores y sonrisas. Luego la espera en el autobús. La cola. La fila. Los turnos. Y un señor que hace alarde de su edad y cree que tiene el salvoconducto para despistar las colas, los volantes, las filas, los tacones.

A esta hora sólo vuelven los ancianos y los niños. Luego estamos los padres y las madres, claro, que no somos sino apéndices de las criaturas, que volvemos con ellos porque si no qué. Ya es de noche y los que regresamos dejamos un lugar para los que comienzan, para que nada duerma ni cese.

Llevamos casi cuarenta minutos en el autobús, agarrados a la barra para no dejarnos derrotar por el vaivén. Hay una pareja de ancianos sentados a mi lado. Se cogen de la mano. Él cierra los ojos y deja la cabeza sobre su esposa, ella perfectamente maquillada y con tacones más altos que los míos. Ella no duerme, sino que mira a los niños del autobús. Me mira a mí y a Nora y pienso que quizás quiere ser nosotras. No nosotras concretamente, claro, sino niña, niña o adulta, para poder ir de pie en el autobús sin que tu marido cierre los ojos y sin que te pesen las arrugas.

También hay algunas parejas jóvenes que observan la placidez de los ancianos con cierta envidia. Pero las expresiones se confunden en este útero con tanta flor y tanto carmín y tantas peinetas y tantos brillos y colores. Con tanto.

A veces hay frenazos y los moños no nos permiten ver las calles. El autobús podría dirigirse a cualquier lado, nos podrían estar llevando a cualquier fin del mundo que aquí seguiríamos, anhelando un asiento vacío y cerrar los ojos apoyando la cabeza en esa persona querida. O abrirlos y estar de pie y dejarnos abrazar por la caló aunque la juventud nos dé brillos en la cara. Menos mal que el autobús habla, me dice Nora. Menos mal que nos cuenta por dónde pasamos. Ahora por una de las puertas de la ciudad. Ahora se detiene en una clínica dental. Ahora por un puente.

Pero la bebé no puede más y vomita. Vomita en su cochecito, en su traje, en sus colores conjuntados, en el suelo. Vomita todo lo que hubo antes y cuando acaba llora. No porque se encuentre mal, no, sino porque todos sus colores se han manchado, sus azules ya no están brillantes sino opacos, mientras su madre le dice no te preocupes, bebé, no te preocupes, que eso se lava. La bebé empieza a entender que el mundo se lava pero también que hay manchas que tardan en salir, sobre todo cuando todos te miran en silencio.

Pobre, me dice Nora. Pobre. Próxima parada, Kansas City, grita el autobús. Qué nombre, dice Nora. Continúa mirando a la bebé que vomita mientras su madre intentar limpiar el desastre. Qué nombre más raro, repite. Y me parece que ahora le habla al autobús, a esa voz que sale de este útero que nos acuna y que nos parirá donde a él le plazca. Me agarra la mano. ¿Qué es cansas siti?, me pregunta finalmente. Pero no quiere saberlo. Qué va. Ella ve lo mismo que yo.

Dice: Ah, claro. Ya sé. La ciudad de los cansados.

PD. Feria de abril 2018. De vuelta en el autobús. Fotografía de Antonio J. Becerra.

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2 comentarios

  1. La fotografía es hermosa y repleta de significado, y el texto es como siempre una maravilla para los sentidos. ¿Cómo va ese Trigo que cae? ¡Muchos besos Xenia! 😀

    • Muchas gracias, Margarita! Pues el bebé me tiene atareada, sí señora 🙂 Tenemos programadas varias presentaciones, incluida una lectura en la Feria del Libro de Sevilla. A veri si coincidimos en algún rinconcito, que tengo ganas de verte. Muchos besos!

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