El largo de mi falda

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La primera vez que me piropearon me produjo sonrojo. No le di más importancia, creo, hasta que llegó el segundo halago en plena calle. Claro que entonces ya no brillaba el sol y yo iba sola. Así que sentí también por primera vez un hormigueo en el estómago que me advirtió de que era mejor no mirar, no responder o no sonreír. No fuera que aquellos dos chavales se sintieran con derecho a algo más que palabras avalados por las sombras de una calle solitaria.

No recuerdo con exactitud si en aquella ocasión vestía minifalda. O escote. O iba maquillada de forma que alguien pudiera interpretar cualquier signo de lascivia. Es probable. O no. Así manifestábamos muchas adolescentes nuestra rebeldía en aquellos años. Pero era una sublevación que atañía fundamentalmente a los progenitores o al círculo familiar más cercano. Una especie de levantamiento pacífico a normas impuestas. Y que, desde luego, nada pretendía conseguir de las hormonas ajenas.

Durante algunos años tuve que aprender a preguntarle a ese miedo a las calles solitarias qué ponerme. Y si mi falda podría resultar demasiado corta para ellas. Y el escote demasiado llamativo. Aún así me manosearon el culo en calles no tan desoladas o me soltaron piropos que excedía cualquier indicio de buen gusto. Este es el hombre español, bromean algunos amigos. Y tuve que asimilar que lo del callejón oscuro era un mito embaucador, porque muchas de nosotras hemos vivido situaciones similares en autobuses, calles transitadas o centros comerciales.

Dejé de preguntarle al sentido común qué ponerme cuando un día, paseando a pleno sol por las calles colindantes a Hyde Park, un señor se acercó amablemente para preguntarme si estaba perdida. Ante mi negativa, decidió invitarme en su perfecto inglés británico a toda clase de prácticas sexuales en el Hotel Hilton, sujetándome del brazo hasta marcarme los dedos. Conseguí zafarme y correr despavorida. Yo tenía entonces 20 años. Vestía vaqueros anchos, jersey holgado, cola de caballo y la cara lavada. Cuando conseguí detenerme para tomar aire fue para expulsar un llanto que me duró dos horas.

El miedo, mucho más.

La Marca España (aunque no sólo en este país) adolece de sentido común para establecer límites entre el piropo callejero, el acoso y otras barbaridades. Será porque hay un compendio de situaciones no sólo aceptadas sino animadas por muchos políticos (de todos los colores) y medios de comunicación. Me resisto a repetir ese discurso trasnochado de que si no quieres que te manoseen, no provoques.

 ¿Que tampoco es para tanto? Cito textualmente, para no haya lugar a manipulaciones:

Me dejan perpleja comentarios rancios de desconocidos, compañeros y amigos que afirman que el sexismo (ya sea contra las mujeres, el sexismo benevolente o de cualquier tipo), el acoso, la discriminación o el machismo no existen en esta cultura occidental. Que quizás deba aceptar los piropos con más sentido del humor y alegría. Que a nadie le amarga un dulce. O que halagos lanzados desde el otro lado de la calle alimentan el ego de cualquier mujer.

Resulta tan fácil como preocupante buscar ejemplos similares a los dados.Y como en todo, el tratamiento mediático de situaciones similares influye para que el contexto facilite la aceptación. No hablaré aquí, por ejemplo, sobre el inoportuno artículo de Diario de Sevilla de José Rodríguez de la Borbolla, coronado como«Celulitis juvenil»  en clara apología al muslamen nacional. (Me lo guardo para una nueva entrada).

O sobre una de las recientes medidas de este gobierno: si las heridas no se ven lo suficiente como para que tengas que pasar 24 horas hospitalizada, no es maltrato.

No trato aquí de hacer una exposición de etiquetas para colgar en cuellos ajenos. Pero las palabras importan y no sólo definen nuestra realidad, sino que ayudan a inventarla. La que se ve, y la que no. Y algunos piropos, aunque parezcan inofensivos, esconden todo un abanico de roles que perjudican a la sociedad al completo: conductas sexistas en niños y adolescentes que reproducen estereotipos mil veces repetidos en padres, madres, abuelos, abuelas, profesores, profesoras, políticos, cuentos o medios de comunicación.

Necesitamos más sentido crítico para analizar la realidad que nos ha tocado vivir. Porque no todo lo que lleva siglos haciéndose está legitimado. Y la violencia, por muy sutil que sea, sigue siendo violencia. Y no depende del largo de mi falda.

@XeniaGD

photo credit: Pollobarba via photopin cc

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8 comentarios

  1. Leí anoche tu entrada y me ha hecho pensar un rato. Sí quedan restos de machismo o de sexismo.
    A veces me sucede que por casualidad me encuentro andando en una calle poco iluminada o de noche a poca distancia de una chica y puedo notar que acelera el paso. Me da rabia que todavía seamos percibidos como algo amenazante, aunque no dudo de que, como género, hemos hecho mérito para ello. A medida que he ido cumpliendo años he ido viendo que para las mujeres no hay igualdad de oportunidades en lo laboral y que el nacimiento de los hijos marca para muchas un techo de cristal.
    Por mi parte, desde luego que no soy perfecto, aunque a veces los límites no están claros, nunca he piropeada a una desconocida, pero, por ejemplo, me doy cuenta de que me resulta más fácil para ante una paso de cebra para dejar pasar a una chica guapa que a una que no lo es… ¿sexismo?, ¿estética? Ni idea 😉

  2. La tiranía de la belleza 🙂
    Pero creo que eso no es sexismo, porque afecta de igual forma a hombre y mujeres. Todos hemos hecho algo similar a lo que cuentas. Consciente o inconsciente. La belleza atrapa y le atribuimos erróneamente cualidades que no le pertenecen. Creo que el efecto halo se manifiesta en muchísimos aspectos de nuestra vida cotidiana. Y no es por disculparte de nada, pero un paso de cebra es inofensivo. El problema es cuando permitimos a esos mecanismos que nos dominen en otros contextos, como por ejemplo en una entrevista de trabajo, sesgando nuestra percepción.

    Y sobre el techo de cristal, ¿qué te voy a contar? Tengo dos hijos 🙂

  3. Hoy le he dicho a dos niños (niño y niña) de unos 10 años que me encantaba su kart-bicicletero; recuerdo haber dicho lo mismo de gorras, motos, guitarras, amplificadores, cometas, botas (llevadas por una mujer), piercings… Han parado a mi hija muchas personas para decir que es muy despierta o muy graciosa e incluso muy guapa. Y sí, también he de admitir que a veces, y sólo a veces, le he dado a «me gusta» a algunas páginas de facebook. Con lo único que parece que no me atrevo es con el cuerpo de una mujer…, ¡qué cosas!

    • Afortunadamente hay quien todavía se resiste a la cosificación de la mujer. Lo has descrito de una forma tan sencilla, elemental y asequible que cuesta creer que haya personas que no lo entiendan. Siento un gran alivio al pensar que quizás no te atrevas con el cuerpo de una mujer porque no nos consideres gorras, motos, guitarras, amplificadores, cometas o botas.

      • Bueno, creo que has hecho un bonito juego con las palabras, pero a la vez me parece un poco tramposo por al menos dos motivos:

        El primero es el de haberte saltado el ejemplo de mi hija entre todos los que has elegido de mi respuesta, y, francamente, me cuesta creer que ninguna de las personas que la han parado tuviera intenciones de cosificarla.

        El segundo motivo es el de pasar por alto algo que me parece notorio: la belleza es una cualidad que se puede encontrar tanto en las cosas como en las personas -no siendo la única que poseen ni las unas ni las otras- y destacar una cualidad de algo no implica denostar ninguna otra de las que pudiera tener. Sería algo así como no poder decir que una guitarra es bonita porque de ese modo estuviéramos ninguneando el sonido que pudiera tener.

        Que yo le diga a una mujer que me parece guapa no implica que le diga que es tonta, ni que carece de personalidad, etc. Que yo le diga literalmente que me gustaría follármela es una grosería que incluso puede producir miedo y que es claramente censurable, a menos que ella haya mostrado su interés en oírlo -a algunas personas hasta piden oír cosas así en la cama, por ejemplo-. Que le recite una poesía con la que indique mis intenciones libidinosas puede hasta ser considerado arte -y los ejemplos son inacabables-. Que a ella le moleste oír mi opinión en cualquiera de los casos anteriores es probablemente más un problema suyo que mío.

        • Digamos entonces que no he entendido bien tu comentario y que no estoy de acuerdo con todo lo que planteas, aunque es cierto que estos temas son cuestiones de matices y de sutilezas.

          Veamos:

          Cosificar es convertir algo en cosa, o reducir a cosa aquello que no lo es. Te podría poner mil ejemplos. La publicidad está llena de ellos. No creo que la poesía ejemplifique lo que yo quería expresar, porque normalmente los versos le cantan al amor, al desamor, a la belleza, etc., etc. Pero para mi, un «Vaya tetas!» gritado desde el otro lado de la calle difiere mucho de mi concepto de poesía.

          Estoy de acuerdo contigo en que las personas que se han detenido a decirle a tu hija que es muy despierta, muy guapa o muy graciosa no pretendían cosificarla. Para mi estamos hablando aquí de ternura y probablemente si tu hija en lugar de un bebé fuera una adolescente, y en lugar de esos 3 adjetivos el caballero en cuestión le hubiera vociferado todo un conjunto de cualidades de su trasero, sus delanteras o lo que le haría si la pillara, la permisividad entonces se diluiría.

          En cuanto a la belleza como coartada también pongo mis cortapisas. No creo que la mayoría de las groserías tengan que ver con la hermosura. Claro que es una cualidad tanto de las cosas como de las personas y claro que el destacarla no tiene por qué inhibir las otras cualidades que posea. Pero una mujer no es una guitarra, y lo mismo, a la guitarra no le importa lo que una persona le diga, pero a una mujer sí.

          El problema quizás es cuando el atributo de belleza es de los más importantes – sino únicos- que se destacan en una mujer (y que los medios de comunicación, los políticos, etc., etc., contribuyen a ello). Y no sólo en la calle. Sino en el ámbito laboral y otros tantos. No se trata de rechazar la percepción de lo bello, sino de cuestionarnos esa construcción sobre la belleza que nos han vendido y por qué genera ciertos derechos en ciertos individuos. La cosificación de la mujer (y del hombre) supone también ignorar las capacidades intelectuales o de otro tipo.

          A mi no me molesta el piropo per se, sino la carga de roles que esconde. Y en el post he puesto ejemplos que son groserías y faltas de respeto, no opiniones. No entiendo por qué un periodista deportivo de la BBC tiene que decir en el torneo de Wimbledon que una tenista nunca será un bombón. O que un alcalde diga sobre una mujer del ámbito político que cada vez que ve esa cara y esos morritos piensa lo mismo, pero no lo va a decir. El problema no es de ellas, sino de todos.
          Hace un par de días, paseando por la Alameda, un grupo de 8 ó 9 veinteañeros se divertían lanzando lo que algunos calificarían de piropos a las mujeres que iban caminando. La mayoría aceleraba el paso. Erik, con sólo 7 años, nos preguntó que por qué hacían eso y si las mujeres corrían porque tenían miedo. A eso me refiero. Yo quiero que mi hijo vea esa escena como algo reprobable y no como algo natural.

          Intento relativizar la zalamería. No me considero una persona extremista y comprendo que todo depende del contexto, del momento y de lo que se diga. Pero no me vale el argumento de la belleza. Me atrevo a lanzar aquí otra pregunta, después de todo el rollo que he soltado:

          ¿Por qué este tipo de comentarios soeces no se hacen cuando una mujer va acompañada de un caballero? ¿Acaso la mujer pierde su atractivo, su esplendor, su gracia o su hermosura por ir acompañada? ¿O será que esto no tiene nada que ver con la belleza?

  4. La verdad es que no creo que el machismo llegue a ser eliminado totalmente, actualmente existe el machismo, lo bueno es que cada vez es menos la gente que piensa de esa manera o por lo menos es lo que yo creo.
    Desde mi punto de vista una mujer puede vestirse de la manera que quiera, al igual que un hombre, si la mujer no quiere ser confundida por una cualquiera sabrá cómo vestir al igual que n es lo mismo ir a una boda de celebración que quedar una tarde con los amigos para pasarlo bien, no nos ponemos el mismo tipo de ropa. Si sales a la calle con prendas llamativas que no te extrañe el comentario de cualquier persona y esto va tanto para la mujer como el Hombre Depende de el tipo de ropa que uno vista y si en verdad quiere o no enseñar carne, responde ante tu comportamiento y no te quejes.

    • Muchas gracias por comentar en el blog. Estoy de acuerdo contigo en que, afortunadamente, cada vez hay menos gente que opina y actúa así, aunque sigue siendo mucha.

      Sobre lo de vestir con prendas llamativas yo añadiria algunos matices, porque lo que para que unos puede resultar provocativo para otros no. Todo depende de la mente y de la intención del que mire, del contexto cultural, de la época, y de otros muchos factores. Pero aún así, creo que eso no da derecho a ejercer ningún acto de violencia, por sutil que parezca o aceptada que esté.

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