Y el pelo, recogido

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Vengo a hablarles de Blanca. Siempre me sedujeron las voces menos privilegiadas que susurran y no aquellas que gritan, esas que apenas se oyen porque se dan en un ambiente con poco oxígeno, hermanastras del silencio. Ya se sabe: el sonido, para que se propague, requiere de un medio. Ya se sabe: en los centros penitenciarios, esos no-lugares, escasea el oxígeno y el sonido y el tiempo y la palabra.

Vengo a hablarles, también, de prisiones: durante mi adolescencia dormí muchísimos fines de semana en la cárcel de la Ranilla, en pleno corazón de Sevilla. Mi mejor amiga era la hija del director de aquella prisión años después cercada por edificios y centros comerciales. La familia al completo vivía dentro de la prisión. ¿Lo pueden imaginar?

Así que siendo ya muy niña, pasando cerca de la garita, aprendí que hay un dentro y un fuera regidos por distintas normas. Una tarde calurosa, borracha de libertad y aventura, con la mirada nublada de tanto rímel, el guardia civil de turno me detuvo pensando que iba a un vis-à-vis a la hora equivocada. Los ojos se me volvieron más oscuros desde entonces. Y mucho más sedientos. Porque aquella confusión, entre otras cosas, sugería que ese fuera y ese dentro tampoco eran territorios con lindes tan disciplinadas y el de fuera bien podía llegar a ser el de dentro y viceversa.

Así que si es usted de los que cree que todos los presos (los internos, me corrige Blanca) están sometidos a una violencia brutal en las cárceles españolas por parte de los funcionarios, no lea esta columna. Si, por el contrario, es de los que cree que los presos (los internos, me corrige Blanca) son todos unos monstruos y deberían recibir mayores correctivos que la mera privación de su libertad, tal y como se hacía antes de que aparecieran las prisiones en su concepción moderna allá por el siglo XVIII (me refiero a aquellas penas corporales como descuartizamiento, crucifixión, lapidación, mutilación, exposición pública, trabajos forzados, expatriación, maceramiento, tantas otras), tampoco lea esta columna.

Desde 2007, con la aplicación de la Ley de Igualdad, se puso fin a las convocatorias por separado de plazas para hombres y mujeres

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