Agostos

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El señor J. ha llegado a las 9 sin previo aviso. Viene a arreglar un toldo, ese trozo de sombra que muchos andaluces compramos para escondernos de un sol verdugo que acribilla. Agosto es así. Hace que recordemos lo que llevamos meses añadiendo en una check list interminable. Pero entonces el cielo se vuelve plomizo y apenas podemos respirar, de forma que lo demorable es ahora prioritario y vital. Cuántos otros estarán entoldando sus tardes, me pregunto al ver al señor J. taladrar la fachada. Cuántas jornadas contiene para el Señor J. este 20 de agosto. Cuántos boquetes. Tantas subidas y bajadas de una escalera con peldaños quebradizos.

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Pero entonces llega esa hora fatídica en la que no importa el beneficio, la caja del día o la cuenta de ahorros para cuando la niña crezca y vaya a la universidad. Carece de trascendencia que durante los meses de invierno el negocio se resienta por la lluvia. Que la facturación se vaya al garete junto a este sol antojadizo. Ya viviremos de la lluvia.

Son las diez y veinte y el Señor J. tan sólo tiene un objetivo: el desayuno de la mañana con el cigarrito de turno. Hay que joderse. Ha transcurrido más de una hora y continuamos esperando a que finalice el descanso del guerrero. Las armas polvorientas por el suelo.

Entonces me pesa la certeza de que quizás haya muchos más toldos que instalar hoy. Indudablemente no serán para el Sr. J. Pero que más da si agosto tiene muchas lunas. Siento pena por esta España que no tiene arreglo. Poco importa lo que apriete el sol o lo feroz que parezca el mañana. Ya ni siquiera sabemos hacer el agosto.

Xenia García

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4 comentarios

  1. Quizá al Señor J. se le haya olvidado cómo se hace el agosto. O quizá el Señor J. tenga la vaca atada, y pueda permitirse ciertos lujos. Pero me parece que no es general: esa primera persona del plural no creo que sea aplicable con toda su amplitud. Ahí va un ejemplo.

    Vengo de pasar una semana en Lanzarote, concretamente en el sur. Allí hay una playa de difícil acceso, a pesar de lo cual va mucha gente, turistas nacionales y foráneos, e incluso aborígenes (mis amigos canarios ya no se cabrean cuando les llamo aborígenes, yo tampoco cuando ellos me llaman godo «jedidondo»). Es una playa excepcionalmente bonita, al pie de un acantilado. Arriba hay un «establecimiento hostelero»: uso esta expresión entrecomillada porque en realidad no sé cómo llamarlo. Algo más sofisticado que un chiringuito pero sin llegar a restaurante en toda regla. Por ejemplo, puedes reservar mesa, pero sólo si vas a pedir arroz. Puedes tener la intención de pedir un almuerzo más caro y/o complejo, pero en ese caso no te reservan mesa. Sólo para arroces.

    El dato de que tomen reservas ayuda a comprender las dificultades que uno puede tener que afrontar para conseguir mesa. Siendo un lugar recóndito, tan difícil es llegar allí como irse, así que son muchos los que entran a tomar algo. Ah, ese dato y este otro: que no hay ningún otro «establecimiento hostelero» cerca para competir.

    Al no tener reserva, te dejan sentarte en una mesa «pero sólo veinte minutos, porque a y media vienen los que han pedido arroz para cuatro». Así que la ración de pulpo a la plancha y las cañas, a contrarreloj. Para otro día, ya sabemos que hay que llamar y encargar un arroz.

    -Y ustedes, ¿en qué meses tienen esto abierto?
    -De enero a enero

    Esto es hacer el agosto. De doce meses. Seguro que en septiembre, el Señor J. comerá arroz en este sitio.

    • Probablemente la primera persona del plural no haya sido la más acertada, Ricardo. Sé que no podemos hablar de forma generalizada. Pero a veces me enciende la indignación y, aunque sé que no es buena compañera de escritura, me gusta darme estos caprichos muy de vez en cuando.

      El Sr. J. no hizo bien su trabajo finalmente. No por irse a desayunar casi hora y media. Supongo. Cuando le sugerimos usar una broca de seis milímetros en lugar de una de ocho arqueó las cejas. Y usó la de ocho. Tengo la suerte de tener en casa a un padre que es igual de preciso en números que en herramientas.

      Al finalizar su jornada, el toldo no subía ni bajaba sino a gritos, y la pared quedó destrozada por usar una broca inadecuada.

      Son estas actitudes las que no entiendo. Da igual que sea limpiando un coche, poniendo un toldo, escribiendo una nota de prensa o enseñando a sumar. Seguro que la ración de pulpo a la plancha te supo a gloria. A mí me fascinan los agostos de doce meses.

    • Gracias a ti por pasarte. Después de leerte he descubierto que a ratos -muchos- tengo el alma difusa 😉
      Un abrazo.

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