Confesión II

Comparte este artículo...

«Después de una confesión, siempre rompe otra.»

No sé por qué, amor, los días que tanto te quiero
me levanto con la vista cansada.
La jornada que aún tenemos por delante
se me antoja una batalla perdida
ocupada de letras y palabras y grietas en las paredes
que no alcanzo a descifrar,
todas inertes.

No hay entonces mayor prueba de amor
que apagar la luz y dejarte hacer
sin una pregunta,
sin un papel de regalo que amortigüe esta tragedia
de un día exactamente igual al otro
y al siguiente.

Quizás por ese motivo,
en los días que tanto te quiero,
me digo que no importa
que salgas a la calle con ese vestido que sí te regalé
(sí, fui yo, amor)
y me propongo en demasía no quererte
(es más fácil cuando tengo la vista cansada)
para que al volver,
tu cuerpo excitado de miope libertad,
diga que ya está,
ya está, amor,
ya podemos volver a empezar.

No sé por qué nos seducen los comienzos,
este fingir no saber cuando el corazón tiene la certeza
de que en realidad estamos solos
frente a la última copa
con nuestras letras y palabras y grietas en las paredes
a solas con nuestra memoria de vista cansada
de hombre en eterna espera
ante un amanecer que no llega.

Como ves,
hay días que te quiero tanto,
tanto
que no puedo hacer otra cosa
que mentirte dejándo que creas que quieres a otro,
y entregarme a la soledad de un sofá con los brazos gastados
con el único propósito de despertar tu remordimiento
este que exudas
cuando vuelves libre e incisiva
de nuevos comienzos.

Porque bien sé que es ese arrepentimiento el que te trae de vuelta a casa
obligándote a pensar lo afortunados que somos,
y a recitar mientras mi vista se torna dolorosamente nítida,
que hay ciertos días,
amor,
que no sabes lo mucho que te quiero.

 

Comparte este artículo...

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *