El disfraz de tu sonrisa

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No me sonrojo al confesar que esta mañana de domingo ojeo el catálogo de Ikea con objeto de no asfixiarme ante el desánimo por leer la prensa. Entonces veo las imágenes y siento náuseas ante ese optimismo forzoso al que nos están condenando a vivir.

Cómo malvivir en 40 metros cuadrados

Si algo positivo tiene encontrarse con libros como Smile or Die, de Barbara Ehrenreich, es la sensación de alivio y libertad al saberse normal por no vestir durante 24 horas esa fría sonrisa hierática autoimpuesta. No comparto todo su planteamiento, pero sí esa crítica a la necesidad general de parecer felices a toda costa.

El culto a una actitud positiva no sólo es obligatoria en Estados Unidos ni exclusiva del ámbito laboral. Tampoco hace falta ser seguidora de Oprah Winfrey para constatar que se trata de un discurso, una actitud y una imposición importada. El pensamiento crítico incomoda. Basta observar nuestro entorno para ver personas que se colocan los auriculares antes que escuchar conversaciones críticas con el sistema que les haga cuestionar su perezoso conformismo e irrealismo.

Esa actitud positiva ante la vida también fue exportada al ‘Business Management’ y adoptada por muchos empresarios. Compañeros que han cursado alguno de los MBA más prestigiosos me gritan a los cuatro vientos que basta con tener una actitud positiva para alcanzar el éxito.

Ese dogma, rozando peligrosamente el realismo mágico, lleva implícita la estúpida creencia de que si nadie tiene pensamientos negativos, evitamos que el desastre ocurra. De este modo, califican como gente tóxica a los que no responden con una sonrisa ante las injusticias más variadas.

El pensamiento positivo obligatorio viene ya como una cláusula más en la mayoría de los contratos de nuestro país y asegura ese permanente estado de borreguismo que comienza en las escuelas y se perpetúa en las empresas. No sólo debes aceptar trabajar más horas, renunciar a tu paga extra, comer donde la empresa decida o trasladar tu residencia temporalmente dejando atrás familia o amigos.

Debes, además, acatar con una sonrisa si te despiden o te abandonan, no vaya a ser que te miren, que te signifiques, que tu seriedad se convierta en estigma.

Si nos alejamos del ámbito personal y de la empresa para acercarnos al estrictamente económico, los argumentos son más peliagudos. Se criminaliza al pobre por ser pobre, al parado por no querer encontrar trabajo, al fracasado por serlo. Al embargado por haber vivido por encima de sus posibilidades. Al periodista, porque «no podemos seguir viviendo tan bien», perla escupida por una sonrisa que costó 13 millones de euros el pasado año: la sonrisa de Juan Luis Cebrián.

Porque si basta con una actitud positiva para alcanzar el éxito, un parado, un pobre, un fracasado o un embargado lo son, porque no quieren dejar de serlo. Es cuestión de actitud. Por eso sepultamos el fracaso y ajusticiamos al fracasado.

A título personal, me cuesta fiarme de las personas que parecen vivir en una fiesta permanente mientras las están apaleando. No me fío de la superficialidad y la impostura de las conversaciones. De las carcajadas estridentes con ojos graves. De las risas sardónicas.

No me fío de ese discurso aprehendido que lleva como bandera la pasividad e inmovilidad, ese no hacer nada, no protestar por nada, no incomodar por nada, no destacar de la masa, con el absurdo pretexto de que al final, una fuerza benevolente todo lo arreglará. Llámese destino, mercado, gobierno o religión.

Yo no creo en ese positivismo impuesto maquillado de una felicidad resignada y pasiva.

Será porque me duele la miseria. Propia o ajena. Me duelen las injusticias; duelen las barbaries. Duele la destrucción de la educación y de la sanidad públicas; las palizas a las mujeres maltratadas; el continuo abuso de los mercados; la humillación.

Duelen los parados, duele la muerte y la enfermedad; duele toda pérdida de derechos. Los divorcios, aunque sea por mutuo acuerdo, también duelen.

Es cierto que el optimismo no es perjudicial para nadie, siempre que no lo hagamos dogma de vida por encima de la realidad. No sólo los regímenes totalitarios han hecho uso de imágenes publicitarias con caras sonrientes. También las democracias.

Prefiero la realidad e intentar modificarla apelando a esa responsabilidad colectiva. Este discurso impuesto atenta contra la solidaridad de nuestra sociedad.

Hace unos años se montó en España la polémica por la moda de unos minipisos de entre 30 y 40 metros cuadrados para jóvenes. Hoy Ikea quiere hacerme creer que vivir con 5 amigos más de treintaitantos en 40 metros cuadrados no sólo es normal, sino divertido. Esa es, al menos, la sensación que me queda después de dedicarle unos minutos al germen de nuestra decoración homologada empapelada de sonrisas nórdicas.

Últimamente parece que está  “Prohibido hablar de lo mala que está la cosa” y es de obligado cumplimiento sonreir. Aunque vivamos en un cuchitril de pocos metros.

Me exasperan las clasificaciones. Tener que justificar porqué veo el vaso medio lleno o medio vacío. Si me considero optimista, pesimista o realista. Si soy de las que se queja de que no sopla el viento, de las que espera afablemente a que sople o de las que ajusta las velas.

La realidad es como es. Pero quizás entre todos, esta realidad pueda ser de otra manera.

@XeniaGD

[box type=»info»] Ridículos ejemplos de esta cultura llevada al extremo son frigoríficos que no se abren si no le sonríes o un despertador que te tortura con su zumbido hasta que no le ofrezcas una amplia sonrisa. [/box]

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7 comentarios

    • Gracias, Marcos. Comparto tu opinión (y tu lucha) 😉 Históricamente, a la gente la han controlado por la fe/esperanza o por el miedo. La resignación llevada al extremo inmoviliza. Gracias por leerme, gracias por aportar y gracias por el link. Es cierto: las palabras importan. Si no, ¿qué nos queda?

      Un abrazo.

  1. He llegado a tu blog por el curso de CM y me ha encantado, sobre todo este artículo en el que parece que me has leído el pensamiento en días como hoy!! Gracias y un saludo!

    • ¡Muchas gracias, Patricia! Encantada de verte por aquí 🙂 Creo que yo también he visitado el tuyo. Es olor a mandarinas, no? También he estado un ratito navegando… y me he dado cuenta de que tengo la música demasiado olvidada.

      ¡Un saludo y buen fin de semana!

    • Muchas gracias por pasarte, Eduardo.

      Sí, tendríamos que ser un poco más condescendientes con la seriedad y la crítica (propia y ajena).

      A mi me gusta ser feliz. Pero cuando no lo estoy, pues no lo estoy 🙂

      Un abrazo.

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