Mi cartera

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Me suena el móvil:

-¿Diga?
-¿Xenia García?
-Sí, soy yo. ¿Quién es?
-Xenia, soy su cartera.
-(…) Silencio.
-¿Xenia?
-Ajá.
-Soy su cartera. Tengo una carta urgente para usted pero la dirección no está completa y no puedo entregarla. Le falta un número.

Le doy el número que falta a mi cartera, mientras rumio lo raro de la llamada, lo raro de tener una cartera cuando ya nadie escribe cartas y lo raro de que tenga mi número de teléfono. Ay, Dios, cuento con mi propia cartera. Es la imagen más bonita que he tenido en los últimos días.

A los dos minutos me vuelve a sonar el móvil:

-Verá usted, Xenia. Es que no consigo dar con su portal. Estoy en el patio. ¿Su portal de qué color es? ¿Tiene escaleras al principio? ¿Está al fondo de la plaza? Estoy ahora mismo justo debajo de su casa.

Le vuelvo a dar las indicaciones con todo detalle y cuelgo el teléfono. Me meto en una reunión. Qué maravilla de funcionaria, me digo. Qué maravilla de cartera. Leches, tengo mi cartera propia. Qué diferente y especial me ha hecho sentir. Solo me falta ahora tener a alguien que me escriba cartas y me las mande. Y de pronto, esa vocecilla azul detrás de la oreja: Si es tu cartera habitual, es que lo es por hábito, por costumbre. ¿Cómo es que no localiza tu buzón? ¿Cómo es que te llama para preguntarte cómo entrar en el bloque? ¿Quién te ha llamado en realidad? ¿Qué es una cartera?

Jodida vocecita azul. Con lo que me gustaba a mí tener una cartera. Mi cartera. No pienso escucharla. No pienso escucharte. Lo que voy a hacer es mirar para otro lado. Aunque me desvalijen la casa. Que se queden con todo si quieren. Con todo, menos con mi cartera.

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