Cuando era pequeña, me aficioné al chupe. La querencia fue de tal envergadura que el chupe nunca más fue chupe sino puto porque mi padre -desesperado como solo se desesperan los padres- se pasaba el día diciendo Quítale a la niña ese puto chupe. Puto chupe. Puto. Así funcionan algunas metonimias.
Me llevé un tiempo anhelando, llamando, ansiando y suspirando por el Puto...