Tic tac tic tac

Comparte este artículo...

«En realidad, todos empezamos escribiendo anécdotas personales. Es como una necesidad de mudar esa primera piel para dejar espacio a algo distinto. Es el primer paso para atreverse a escribir ficción. Ficción: aquello que no ocurre en nuestra escrupulosa realidad cotidiana sino en nuestra imaginación y que los escritores estamos obligados a manipular y a elaborar a nuestro antojo para servirlo empaquetado y bien envuelto. O, simplemente, envuelto.» Clara Redondo

Los Reyes -que para algo hemos invertido tantas décadas en vestirlos de encantamiento- me regalaron este año un curso de escritura online. Me retaban con ello a tender mi brazo para intentar rozar uno de mis sueños infantiles tan soterrados. Me desafiaron a ese «si quieres, puedes» que a mí me da la vida.

Parece que efectivamente quiero lo suficiente, y gracias a mucha ayuda en casa, estoy pudiendo.
Este mes de junio, la Escuela de Escritores publicó bajo el título Tic tac tic tac relatos de los alumnos que de forma presencial o en la distancia, son miembros de esa tribu de la que poco a poco me voy sintiendo parte. Yo, que de adolescente alternaba plumas y flecos hippies con cualquier prenda grounge, algún que otro cinturón rockero y pantalones raperos. Todo, con tal de no responder a ninguna etiqueta. De no sentirme borrega.

Unos meses después de haber comenzado este camino, me siento afortunada de tener con quién compartir disertaciones sobre el conflicto, los puntos de giro, la tensión narrativa o la temperatura del relato. De sentirme parte de una casa donde la ficción es una necesidad vital y compartida.

Aquí os dejo el relato publicado, versión retocada y corregida de un relato inicial escrito hace unos meses y que muchos habéis leído y comentado: «Él ya no me ve cuando me mira». Quizás no mejore el inicial, aunque haya intentado trabajar el conflicto y la ambientación; huir de tantos términos abstractos que sé que son mi punto débil y propiciar un cambio en el protagonista con sus acciones. Ha sido también, mi primer asesinato en la ficción. Mis sinceros agradecimientos a los cuentistas Inés Mendoza, a Gerardo Renee, Rakel Ugarriza, Elena Montes y Ana Mª Cuevas por el impulso.

Ya no me ves cuando me miras

Sevilla, España

Hoy nos hemos tropezado por el pasillo sin rozarnos ni vernos. Nuestra piel no se ha erizado, estremecido ni temblado. Y nuevamente has desviado la mirada. Yo hacia la cocina. Tú hacia el salón. Como un paso a nivel apenas señalizado. Donde de nuevo la maquinaria pesada repleta de hastío arrasa cualquier punto de encuentro. Será la inercia, me digo con pesar. No como antes. Cuando pasabas largos minutos descansando sobre el quicio de la puerta mientras yo me peinaba en el baño. Y buscabas cómplice mi mirada sobre la tuya en el espejo. Y yo me volvía a despeinar, fingiendo una rebeldía en los cabellos que jamás tuve. Para acicalarme de nuevo y seguir disfrutando de tus ojos. De tu atención sin apremio. Cuando los niños no lloraban. Cuando todo eran bocetos de los sueños y no había que volar hacia las mil y una obligaciones creadas. Cuando no importaba la suciedad en la cocina, ni debajo de la cama. Sino tan sólo protegernos de la mugre en la mirada.

Ya nunca me regalas flores. Ni palabras.

No sé cuándo comenzaste a mirar a otras de soslayo. Quizás cuando perdí la figura tras la crianza. O cuando relajé y descuidé mi conquista. Y dejé de sorprenderte con fiestas de cumpleaños no correspondidas. Ya apenas aprovechas para rozarme y confundir nuestros sueños mientras dormimos. O será que no soñamos el mismo anhelo. Ni jugueteas con mis pezones sin más meta que retozar y recrearte en ellos. Obsesionados hace tiempo por llegar a algún lugar que a cada instante retrocede, sin ser capaces ya de recordar por qué nos apresuramos, ni hacia dónde.

¿Cuándo dejaste de verme para mirar a otras? ¿Fue quizás mientras paseábamos? Como aquel atardecer por la ribera del Guadalquivir. “¿Qué te pasa?”, me implorabas. Y el temblor no me permitía articular palabra alguna. No porque te deleitaras en ellas, sino porque no te recreabas con la mía. Mientras la costra anidaba en tus ojos, una corteza silenciaba mi habla. Con la boca pastosa de tanta distancia. “¿Qué te pasa?”, me preguntabas desde la ausencia.

Creo que han pasado varias vidas desde aquel paseo. Ya no hay llantos en las habitaciones. Ni pañales. Ni demandas más allá de las nuestras. Ni sueños interrumpidos más que por las propias pesadillas. Por eso hace unos meses me ví obligada a recurrir a las mentiras. Comencé primero con el maquillaje. Pero no fue suficiente para tus ojos. Así que luego vinieron los espectaculares sujetadores push-up de encaje, los tacones de aguja, las medias de liga.

Cuando hoy nos hemos encontrado de nuevo en el pasillo, me has mirado impasible. Tu mano derecha en el bolsillo. “¿Quieres que hagamos algo? ¿Un paseo por el río?” Sin esperar respuesta te has sacado el paquete de Ducados del bolsillo y has encendido un pitillo, deleitándote en tu rito.

Ha sido en ese instante, con la humareda de tu calada, cuando la mugre de tus ojos ha pasado de golpe a mi garganta. Y ya no me queda grito, susurro o palabra que escupir. Tan sólo desamparo. Por eso he volado hacia el baño. Lentamente, me he desecho del rímel corrido, del carmín y sus matices. Me he bajado de los tacones de aguja, rotas las medias como acababan antaño cuando nos necesitábamos con urgencia.

Entonces he visto tu cabeza descansando sobre el quicio de la puerta. ¿Desde cuándo no me ves cuando me miras?, pienso al contemplarte.

Me he encontrado con tus ojos sobre el espejo. Por un instante, he sentido el vértigo de la remontada tras tanta caída. Y me han entrado ganas de desafiarte nuevamente con estos tacones y vestirme para la guerra. He buscado tus ojos para contártelo. Tú aún inmóvil sobre la moldura desgastada de otros tiempos, mientras el cigarrillo se consume entre tus dedos.

– ¿Quieres?, insistes.

Siento que escuece la herida que vas a causarme antes de emprender mi abrazo moribundo y suplicante. No aquella llaga que abriste al borde de las aguas mansas del Guadalquivir. Ni tan siquiera la úlcera en carne viva que escondo en mi pecho y no deja de supurar. Pero no me detengo, cansada ya de tanta contención. Me abandono a una lucha cuerpo a cuerpo mientras siento rígidos todos tus miembros al abarcarte con mis brazos.

Insisto lentamente, frotándome con tu piel, ofreciéndote mi olor, apelando a aquello que aún guardamos de animales. Te rozo con calma. Casi me quemo con el cadáver de tu Ducados, pero continúo. Pausadamente coges mis hombros y me separas de tu pecho.

Mis ojos ya no te contemplan, sino que se posan en el crucifijo que preside nuestra cama deshecha, escudriñando la habitación para no tener que mirar de frente mi vergüenza y humillación. Vuelvo a abrazarte pidiéndote perdón mientras hundo las tijeras curvas en tu costado. ¿Sabes? Es sorprendente la facilidad con la que tu cuerpo cede a mi embestida. Tan sólo un tenue quejido, una ridícula mueca, y vuelvo a retroceder para arremeter nuevamente contra la desidia, contra tu indiferencia y desinterés hacia mi. Haz algo por agarrarte ahora a la vida, pienso. Y me sorprende lo sumamente frágiles que somos ante los resentimientos ajenos. Admiro la tibieza de tu sangre. La calidez con la que envuelve mis manos, mis brazos. Ese abrazo que tú me has negado, se me ofrece ahora de color grana. Yo lo acepto dichosa, fascinada, mientras continúo propinándote una llaga por cada año de desprecio.

Por fin tiras la colilla que detesto mientras te desplomas como hiciera su ceniza. Ni siquiera me inquieta esta vez que ensucies el suelo de nuestra alcoba. Y al arrodillarme a tu lado, esta vez sí, sumerges tus pupilas en las mías con el desconcierto de una primera cita. No con el mismo deseo con el que escudriñabas a otras mujeres, es cierto. Pero me basta con la turbación y la conmoción de tu mirada, mientras plácidamente espero a que definitivamente se extinga.

Estas paredes van necesitando una manita de pintura, te susurro.
Xenia García

Comparte este artículo...

9 comentarios

  1. Preferiría que mi esposa no leyera este relato, no sea que le resulte demasiado inspirador. Está tan bien escrito que casi es un peligro.

    • ¡Gracias Josetxu! Creo que es más difícil escribir una segunda versión de un cuento que comenzarlo desde cero. Ahora mismo tengo unos 15 relatos precocinados 🙂 Necesito un poco de tiempo para pulirlos y ver si me animo a enviarlos a algún sitio antes de publicarlos en el blog y que dejen de ser inéditos. Por supuesto, si quieres leerlos antes de que los publique, estás más que invitado 🙂

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *