La vida no es para vivirla…. es para twittearla. O no

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Ya en la facultad tuve compañeros que participaban en conversaciones para consumir y experimentar vidas ajenas. No sé si porque consideraban sus vidas anodinas o porque les daba cierto temor asumir la responsabilidad y el vértigo de vivir la suya propia. Posteriormente, narraban esas mismas vidas ajenas que antes habían consumido haciéndola suya.

Hoy día tenemos Twitter, y así lo entendieron sus promotores cuando en julio de 2009 rediseñaron su página de inicio pasando del ¿Qué estás haciendo? al ¿Qué está pasando?, ofreciéndonos la posibilidad no sólo de contarle al mundo nuestra vida, sino también de hacer partícipe a los seguidores de lo que estamos observando a nuestro alrededor.

Yo no viví de primera mano ese punto de inflexión. Me hice twittera en 2010, durante mi última baja maternal, no sin ciertas reticencias. Me sentía totalmente ajena a ciertas prácticas descabelladas como twittear una película en el cine, un concierto en vivo, un parto (que también las hay) o la primera cita.

Pero según una encuesta publicada en The Hollywood Reporter magazine, más del 50% del público estadounidense de entre 18 y 34 años considera, por ejemplo, que twittear o compartir su experiencia en Facebook mejora su experiencia. Quizás una razón más que loable para excluirme de ese 50% sea que ya superé los 34 😉

¿Has probado alguna vez a twittear una charla, película o debate? Dejando a un lado los tips para twittear eventos en vivo – muy útiles para profesionales de la comunicación- cuando intentamos contar en menos de 140 caracteres una realidad compleja, nos vemos obligados a fragmentarla, a diseccionarla. Sacrificamos la atención que merece vivir una experiencia y nos concentramos en contarla al mundo, comunicarla con palabras.

Vivimos, TWITTEAMOS, vemos,TWITTEAMOS, hablamos,TWITTEAMOS, hacemos TWITTEAMOS, soñamos,TWITTEAMOS, ¿escuchamos?, TWITTEAMOS. Y entre tweet y tweet, en muchas ocasiones, me pierdo los múltiples matices de lo que no vivo, veo, escucho ni hago. Aunque eso sí. Se lo cuento al mundo.

Como ya escribí al inicio de este blog, no soy nativa digital. Quizás por eso soy de las que piensa que antes de twittear la vida, hay que pararse a vivirla.

La vida es para tuitearla

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