Bienvenidos a este mi cajón de sastre. El título, símbolo del imperativo al que me veo sometida diariamente, como tantos otros: la tiranía del tiempo.
Soy Xenia García. Forastera de nombre en la ciudad donde me tocó nacer y con uno de los apellidos más comunes en España. Periodista de grado, porque lo que quise hacer desde que me regalaron mi primer diario fue escribir. En sus inicios, licenciada en Ciencias de la Información. Posteriormente la bautizaron Ciencias de la Comunicación, término mucho más global y genérico que intenta nombrar la profesión de los que como yo, nos dedicamos a esa desconcertante profesión de comunicar.
No soy nativa digital. En realidad, mi primera relación adulta con un ordenador fue allá por 1995, cuando quise costearme ese viaje a Canadá que me abrió los ojos. Mi anuncio (tan burdo como «Paso trabajos a ordenador. Maquetación de documentos») dio sus primeros frutos cuando un ya octogenario docente y poeta, Waldo Ruiz Mateo, se acercó a mi casa para encargarme la transcripción de algunos de sus manuscritos, que él me dictaba con paciencia, no sin después invitarme a merendar al ya desaparecido café sesentero de La Ponderosa. Nunca tuve la ocasión – o el tiempo- de agradecerle su contribución a mi primer gran viaje.
Desde entonces me he dedicado a la comunicación. Fundamentalmente a la comunicación corporativa e institucional, desde las corporaciones más pequeñas donde tienes que hacerlo prácticamente todo, hasta a una agencia de la Comisión Europea donde la especialización es un arte pero también una importante limitación si eres de mente inquieta. También hice mis pinitos como copywriter en alguna agencia de publicidad (gracias @MMS1968 y @flabartamettre), diseñé varias publicaciones, redacté para una televisión local, di clases de comunicación y, en general, acepté todo lo que o bien suponía un reto personal y/o profesional o bien podía contribuir a ser mejor persona.
Si tuviera que definir previamente la temática de este blog, creo que el resultado sería un gran interrogante. O al menos un montón de puntos suspensivos, porque dudo de la capacidad de autodefinirnos con un mínimo rigor, si se hace con humildad y modestia. Las personas somos como las empresas en esto de la reputación corporativa, y nos creemos poseedores de esa percepción que no nos pertenece.
Pero si tuviera que definirme, diría que me apasionan los caracoles. Las terrazas de verano. Me pierdo con una facilidad asombrosa al doblar cualquier esquina. Viajo con los olores. Disfruto como una niña los ya muy escasos domingos de mañanas de silencio, rinconcito soleado, café en mano, periódico y twitter. Me siento feliz cuando me despiertan con un beso y un zumo de naranja. Ver el mundo -este mundo- a través de los ojos de mis hijos, no tiene precio.
Hace no mucho tropecé con unas reflexiones de Mario Andrade, sobre el valioso tiempo de los maduros, y también me sentí «… como aquel chico que ganó un paquete de golosinas: las primeras las comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocas, comenzó a saborearlas profundamente.»
¡Ah! También enloquezco bailando. Pero tengo tan, tan, tan, tan poco tiempo.
Junio 2012