Ya no

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¿Qué hacer con las verdades cuando la vida cabe en una bolsa de plástico?

Ella lo encuentra en el rellano. Tiene el pico cerrado pese al hambre y los ojos abisales. Está desorientado, sin plumas, apenas nacido y ya solo. Ella lo encuentra y nos suplica:

¿Puedo?

Una palabra es a veces un mundo, una ristra de intenciones y deseos. Ya hace meses que hizo un hogar para los pájaros aunque ninguno ha echado aún raíces. Pero ella es paciente y hoy siente que puede ser el momento.

Ella lo bautiza, lo acuna entre sus manos. Le explicamos que es probable que muera. Que un pájaro tan pequeño, si no come ni bebe, no sobrevivirá muchas noches. Ella es paciente y perseverante. Sabe que puede morir -sea lo que sea aquello, puesto que aún no ha mirado a los ojos de la muerte- pero ahuyenta a la parca con todo su amor. Pasa horas con Pipo entre sus manos. Le habla. Le explica que tiene que comer y beber, que si no, difícilmente podrá alguna vez alzar el vuelo y buscar a su familia. Unas gotitas con una jeringuilla pintada de rojo, como el pico de todas las madres del mundo.

A las 24 horas Pipo es Pipo. Tiene nombre y los ojos menos oscuros. Ya abre el pico para ella. Da pequeños saltos. Revolotea. Come. Bebe. Vive. La saluda mientras ella le escucha. Han pasado cuatro días y Pipo parece ya uno más en esta pequeña familia que ella aglutina. Cuatro días son suficientes para olvidarnos de la muerte. El quinto amanece más oscuro.

¿Qué hacer con las verdades cuando la muerte cabe en una bolsa de plástico? Ella no lo sabe, pero Pipo ya no.

Habla, muerte. Dime cómo puedo narrarte sin abrazar ni una mentira. Cuéntame cómo contarte, cómo hacerte inteligible a sus ojos sin dolor ni fingimiento.

Dime, mentira. Dime cómo repudiarte y a la vez tomarte de la mano. Cuéntame cómo soportar estas incoherencias cuando de la muerte hablamos.

Desde el rellano, el vuelo de Pipo teje nuestra primera mentira piadosa, enredada en tu canto. Dime, muerte, cómo he podido no nombrarte si siempre repudiamos el engaño.

Pero engañamos. Engañamos y como en aquel cuento, a ella los pantalones se le han quedado cortos en el transcurso de una noche. Solo que aún no lo sabe. Tardará en averiguarlo y quizás, cuando llegue el momento, sienta que la culpa ha sido nuestra.

Foto: klimkin en Pixabay

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3 comentarios

  1. O simplemente, lo entenderá. Me temo que esa situación se ha dado en más de un hogar, y ha sido más de un Pippo el que ha volado «de repente», marchandose por fin con fuerza a un lugar mejor con su familia… o así, se lo decimos, así le mentimos.
    Un beso cariño 😀

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