Se puede

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Él me enseñó que se puede ser feliz con un bollo. Hace ya diez años. Antes de eso, cuando era un grano en mi barriga, me pateaba si yo olía comida. Cuando me sentaba a comer, yo siempre tan comedida, tan moderada en la mesa, era capaz de morder si alguien osaba meter su mano en mi plato. O si el camarero tardaba mucho en servirla. O si alguien me interrumpía. Poseída. Estaba como poseída. Lo entendí cuando él nació y vi cómo se agarraba al pecho. Desde entonces se le pone esta cara de fiesta cuando ve comida y jalea con todo su cuerpo cualquier cosa que se le parezca a un banquete. Se puede ser feliz con un bollo de pan. No sé en qué momento del camino lo olvidamos.

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