Hace ya unas semanas que mis vestidos volvieron a conquistar su terreno en el armario. Como si tus pantalones nunca se hubieran entrelazado con mis mangas. Como si nunca se hubiesen olido. Las marcas de tus gotas al afeitarte han ido desapareciendo del espejo del baño. Y ya casi ni recuerdo cuando me sonreías de soslayo a través de la luna. Tampoco mi cepillo de dientes parece ya huérfano en la vasija que nos regalaron, encontrando cierto regocijo a su holgura.
Tan sólo permanece, testigo de nuestras noches, el vértigo en mi estómago y aquella mancha de vino vertida cuando me respondiste con tu silencio a mi último te quiero.
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