Quizás nos quede tiempo para pasear de la mano bajo tormentas primaverales.
Y podamos correr desnudos con el único abrigo de un sol enjabonado con anhelos.
Es posible que aún nos queden años para agradecer el auxilio recibido; el hombro cedido en plena tormenta de agravios. Tiempo para plantar ese árbol que nos alimentará de sombras frescas cuando la tierra baldía nos ofrezca el primer fruto maduro.
Puede que aún no hayamos agotado la cuerda del reloj. Y su pulso constante nos brinde una tregua.
Es probable que mañana nos quede tiempo para lanzarnos desde lo alto de aquel tobogán que nos aguardó inerme. En aquellos años en los que los minutos no eran más que arena bailando en nuestros dedos.
En 39 cajas cabe mucha carne herida; mucho regocijo; muchas gotas de vida. De llanto. De sudor. Muchos dedos hurgando en mis llagas. Muchas manos acunando mis pasos. Muchas esperas sin espera.
Aunque los recuerdos sean ya más fecundos que los anhelos, siento que siempre quedarán toboganes por los que deslizarme; libros a los que mecer; besos por robar y árboles sobre los que recostarme.
Pero por si el tiempo no nos regalara su horizonte y diera por clausurada esta quimera, dame tu mano. Y recuérdame al oído que es mejor caminar como si no hubiera un mañana.
(Fotografía de Antonio J. Becerra)
3 comentarios
Treinta y nueve cajas no son casi nada. Quedan, amiga mía, muchas más por llenar que las que ya están embaladas y con su lazo. ¡Suerte tendrá quien las herede!
¡Ay, Ricardo! ¿Será por mudanzas hechas y por venir? Todo sea por regar esta tierra para que luego dé su fruto. Y disculpa el retraso en contestarte, pero he estado dos semanas llenando estas cajas y la de mis polluelos con un poquito de tranquilidad, arena y mar 🙂
Muchos besos.
Nunca es tarde y de hecho la dicha es buena. Las cajas, lo más importante.
Besos.