Foto: Juan Luis Sánchez
Ayer tarde, en lugar de hacer mi tarea, en lugar de ponerme a escribir esa pieza teatral pendiente que me espera con una sonrisa sardónica porque sabe que no sé cómo abrazarla, en lugar de esto o de aquello, la lluvia me invitó a vivir de oído.
Conocedores de la relativa imposibilidad de abrazar una montaña, Andrés Neuman y Lola Pons cantaron a dúo a la vida y sus ausencias colgados de la casita del árbol que hay en Caótica. Y en ese refugio, Andrés confesó sentir una fascinación especial por las sandalias, o quizás no por ellas, no, sino por el hueco de vida que se crea entre el talón y la suela de la chancla, ese hueco de libertad que acomoda nuestros pasos más impúdicos.
Quizás por eso, a pesar de la lluvia o gracias a ella, (y con el albedrío que me otorga no ser poeta ni filóloga), en lugar de recrearme en la sintaxis de la tarde corrí a casa a calzarme esas sandalias de tacón que hace años que no uso y experimentar su balanceo, sentir en la piel la cojera de un viernes ya noche. Leí entonces su dedicatoria y una de las sandalias se desprendió de tanta grieta entre la horma y los pasos, y con los pies cansados y tremendamente corrientes -como los de su chica corriente en el retablo- abrí la ventana para evitar los ruidos equivocados.
2 comentarios
Querida Xenia, dices que no eres poeta, pero puedo asegurarte que haces poemas con tus vivencias. Un beso 😀
Un besazo, Margarita. Qué difícil definir la poesía, ¿verdad? Muchas gracias por leerme y por tu enorme generosidad. Siempre.