Un cuento es una gran mentira para hablar de una gran verdad.
A mí me gusta la librera. A ella, sus libros. A mí no me gustan sus libros, pero amo los ojos con los que los mira, así que yo también los acaricio para alentar que ella, en su desmedida pasión por las palabras, me mire con un sentimiento contagiado de amor por pura transitividad.
La librera ama al tabernero, de ahí que últimamente cate algún que otro chato de vino mientras comparten sus soledades. Pero él bebe los vientos por la frutera del barrio y desde hace unos días —tras el mostrador— vislumbra que a veces el amor no es suficiente y que debe hacerse algún sacrificio notorio para merecerlo. Por eso, tras años negándose, ha decidido por fin seguir mi consejo de médico de tomar cinco piezas de fruta al día.
Hoy al atardecer nos hemos encontrado todos en el parque: yo leyendo sin pasión; ella bebiendo sin sed; otro pelando una manzana con gesto de desagrado; la frutera observándome de reojo como me gustaría que me mirase la librera. Nos hemos contemplado los cuatro en silencio, desconcertados. Y hemos presenciado, por un brevísimo y eterno instante, el milagro de vida que solo logra el amor no correspondido.
Foto: Antonio J. Becerra
(Mi aportación al Concurso de Microrrelatos del Gusanito Lector 2018 con motivo del Día de las Librerías)
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