Ponga un anuncio anodino en LinkedIn, subraye la palabra “dinámico” y el tan ansiado “ambiente de trabajo flexible”. Elija a la candidata más prometedora, aquella que hable con entusiasmo sobre sus proyectos personales, que mencione la pasión que siente por la fotografía, la literatura, la pintura, que tenga un podcast sobre cine iraní de los 70 y tenga una vida social rica. Contrátela.
Antes que nada, comuníquele el horario a cumplir. Dígale: De 9 a 6.
Un día cualquiera, descúbrala con una proactividad desbordante y molesta, haciéndole sugerentes propuestas a diestro y siniestro, contagiando entusiasmo, con esa creatividad que usted ya ni recuerda. Sienta sobre su chaqueta unas motas plomizas de celos. Sacúdalas inmediatamente con la mano derecha.
A las pocas semanas, coméntele que sería mejor fichar a las 8:59 y repréndala si algún día se marcha a su hora. Dígale delante de algún compañero: Fulanita, se te cae el boli a las 6, ¿eh? Paladee un cosquilleo de placer inexplicable que le hace sentirse poderosa y miserable a la vez. Más miserable que poderosa, en realidad.
Ponga reuniones. Muchas. Y muy largas. Con gráficos y tablas y palabras vacías como “sinergia” y “core business”. No se preocupe por los resultados, lo importante es que pase el tiempo necesario en una sala sin ventanas, absorbiendo aire acondicionado y Power Points infinitos de letra pequeña. Repita muchas veces que la creatividad surge de la colaboración, pero no comparta nunca, bajo ningún concepto, información estratégica.
Cuando el personal proactivo proponga alguna idea nueva (a saber: gamificación, modelos híbridos de trabajo, teletrabajo, networking), ridiculícelo. Si lo hubiera hecho en un bar, en un taller de escritura o de fotografía, en una manifestación contra la guerra, sin duda hubiera arañado su admiración. Pero esto es una oficina. Convénzase, pues, de que sus actos obedecen a un pulcro e higiénico instinto de supervivencia.
Diga cosas como “No sé si esto funciona con nuestro target” o “La idea está bien, pero no lo veo”. Lo esencial aquí es que nunca vea nada. De forma que, en lugar de alentarlo, comience a generar en él pensamientos negativos. Eso sí: reniegue de toda culpabilidad. El arrepentimiento es un claro indicio de debilidad racional y usted es una persona corcho superviviente, especialista en adaptarse a las embestidas de la marea gracias a su admirable habilidad para mantenerse en la capa superficial de las cosas. Ni genera molestias ni aporta mucho valor. Simplemente flota.
Inocule el miedo al fracaso y nunca celebre sus logros, observándolo con una reprobación silenciosa. Cuídese bien de que sea algo progresivo, casi imperceptible. Levántese un día, póngase el traje de chaqueta, sacúdase los celos y diríjase en su coche hacia la oficina. No hay nada más patético que un jefe, una jefa celosa. Cuando llegue, no salude a la persona proactiva con efusividad, no como hacía antaño, sino que muestre más bien cierto desdén en sus maneras. Encárguese de que esa dejadez en el saludo sea perceptible a los demás.
¿Cómo se mata a una persona creativa? Recuerde aquella conferencia de Agustín García Calvo en 1988 que tanto le conmovió en su día: Cómo se mata a un niño para hacer un hombre (o una mujer): No hagas eso, No hagas lo otro, No te muevas, Aquí mando yo, Cuando yo hablo tú te callas, Como se lo diga a tu padre. Y haga lo propio: encierre a la persona creativa en un ataúd de tareas repetitivas, grises, turbias, y asegúrese de que no tengan sentido ni para ella ni para nadie.
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