A veces añoro aquellos días en los que una se sabía nieta por encima de hija, amiga, prima o hermana.
Quizás por eso, son frecuentes los recuerdos de las tardes de domingo; las comidas interminables; ese darme unos duros por debajo de la mesa como si fuera tráfico de contrabando a escondidas de ojos inquisidores.
Nosotros -los nietos- éramos de huevos fritos con patatas. Muchas patatas. Así que las visitas a casa de mi abuela materna tenían el aliciente del paladar mimado por una abundancia sin preocupaciones.
La abuela siempre nos vió flacuchos y enclenques, incluso cuando ya entrada la adolescencia algunos hacíamos nuestros pinitos en esas dietas milagrosas que prometían un nuevo canon de belleza, cuando lo que estábamos comprando era una nueva tiranía a mantener de por vida.
Imagino que esa retina agotada mostraba antes sus escuálidos recuerdos de posguerra (los propios y los de sus 6 vástagos) que la realidad del plato que llenaba. Porque era entonces cuando veía a mocosos semidescalzos deslizando sus chicles bajo el pupitre para saborearlos luego, o uñas rascando la cal de las paredes por una aparente falta de calcio que no era sino una evidente falta de todo.
Niña, estás mu flacucha, me decía. Cómete otro poquito. Y entonces esas arrugas que lucía como heridas de guerra sonreían viéndome comer.
Las abuelas españolas siguen midiendo su hospitalidad con el grado de riqueza en el plato del nieto. Quizás fueran extravagancias respiradas por la escasez padecida durante décadas. O quizás fuera nostalgia por sus propios antepasados desaparecidos.
A veces añoro aquellos días en los que una se sabía nieta por encima de hija, amiga, prima o hermana. Pero ya no me quedan abuelos.
@XeniaGD
12 comentarios
Las abuelas de antes sí que eran así. El mundo ha cambiado mucho, y las relaciones familiares también. Aquéllas abuelas estaban marcadas por un pasado muy diferente del que las de hoy han vivido: ya no compran la máquina de coser a base de cupones, como hizo la tuya, y el consumismo a que aludes en otro de tus posts nos ha invadido el cerebro a la mayoría.
Los gestos y actitudes son diferentes: abuelas y nietas van juntas a la pelu (o al cirujano plástico) y la palabra garbanzo está prohibida mencionarla en sus conversaciones.
Pero siempre persistirá esa relación de complicidad especial, eso no creo que cambie nunca.
Muchas gracias por la visita, podenco 😉
Es cierto que el mundo ha cambiado y las relaciones familiares también. Conozco muchos abuelos que hacen más de padres que los mismos progenitores, así que resulta difícil malcriar a los nietos cuando están bajo la presión de educarlos.
No obstante, no me imagino a mi madre y a mi hija de la mano para ir a pelu, y sigo viendo a mis hijos arreglando trastos en el taller del abuelo. Supongo que soy de las muy afortunadas.
Un abrazo.
Qué maravilla de artículo, qué bien nos has remontado a muchos de nuestra generación a esos recuerdos tan bonitos y añorados para los que no tenemos abuelos.
Ha sido algo así como esos monólogos que te hacen reír, por supuesto porque están adornados de construcciones humorísticas pero sobre todo porque son esas cosas que son comunes a una inmensa mayoría, te identificas con ello y siempre se sueltas el comentario: – Anda que no / – Jajaja a mí cuando me pasa….
Coincido con Ricardo Rull (que no sé si será hermano de Patricia Rull de la que soy amigo).
Evidentemente esas generaciones que corresponden a nuestros abuelos va desapareciendo y vienen otras «alimentadas» de otras experiencias pero que por corresponderse a la de nuestros padres, la mayoría aún conservan latente esos recuerdos de necesidad y de lucha trabajando para que a nosotros no nos faltara nada. Y esta es la generación de abuelos que serán fatales salvo excepciones positivas, que aprendimos esos valores a pesar de tener las necesidades cubiertas pero que supimos valorarlas.
Aquí lo dejo hasta el próximo.
Sigo siguiéndote.
Besos por casa.
Muchas gracias, Victor 🙂 ¡Qué bueno verte -leerte- por aquí!
A mi me encantaría, algún día, darle unos eurillos a mis nietos por debajo de la mesa, y llenarle el plato de patatas con huevos fritos, como hacía la mía.
Espero que nosotros, que aprendimos esos valores aunque no pasamos necesidad, sepamos transmitirlos.
Un besito. Si lo lanzo por la ventana, seguro que te llega 😉
Xenia, hija, nosotros no podremos pasarles neopesetas (el euro no existirá) a nuestros nietos, porque estaremos todavía trabajando, y ellos estarán trabajando en Alemania… o no, claro. De nosotros depende.
Aisssshhhhhh…. Pues puestos a elegir, prefiero irme a Canadá que a Alemania. Y sí. De nosotros depende.
Qué bonita la foto de tu (bis?)abuela, he visto como le sonreían las arrugas al verte comer 🙂 Un beso guapa!
(Sonia, amiga de Jose Luís, amiga de Blanca, mamá de Saúl… bueno, ya, no? 🙂
¡Hola Sonia!
Qué alegrón me he llevado 🙂 Y sí, con esos 3 datos que me has dado eres inconfundible. A ver si este año repetimos el día de Reyes y que se peleen nuestros niños 😉 Muchos besos.
Qué razón tienes y qué bonito lo cuentas. Algunos, incluso, pasamos directamente de nieto a casi nada cuando la abuela se fue, con eso te lo digo todo 😉
Gracias, Javier 🙂
Las abuelas son como un ancla a nuestras raíces y a nuestra memoria. Últimamente , además, parece que tienen el deber de cuidar del futuro de los que las rodean… Yo también me quedé un poco huérfana cuando se marchó mi abuelo… con eso te lo digo todo 😉
Y qué bonitas son esas arrugas !!! . Iguales que las de mi abuela. Denotan sacrificio y amor por la vida, por los suyos.
No entiendo el deseo actual de prolongar la belleza de la juventud en avanzadas edades (me refiero a la cirugía estética). Cada edad tiene su belleza y ésta radica en el tiempo, van juntas de la mano y el separarlas nos convierte en payasos. Abogo por la belleza natural.
Bonito lo que escribes, sigue así.
¡Gracias, Roberto! De acuerdo estoy con tus palabras, aunque lo mismo cuando las arrugas aparezcan en mi rostro para quedarse cambie de parecer. Nunca se sabe 😉 Esta sociedad está sometida a la tiranía de la belleza.
Yo también encuentro bellas las arrugas, sobre todo las que rodean ojos y labios. Quizás son prueba viva de miradas que contemplaron ávidas el mundo y bocas que sonrieron sin mesura, como a mi me gusta la gente. Riendo con todo el cuerpo.
Muchas gracias por pasarte por este rinconcito.