La tipa llevaba una doble vida. No sólo en cuanto a emociones, algo cada vez más habitual en este enloquecido mundo. También tenía una doble vida impresa en documentos. De modo que cuando leía ese otro nombre, esa creación suya, algo le bullía dentro por la fuerza y la ironía del engaño.
A veces dejaba que esa otra durmiera con su marido. Sólo así podía distanciarse de lo cotidiano y permitirse de vez en cuando caprichos perecederos. Se sonreía al pensar que era su marido el que la engañaba por no percatarse de que quien respiraba a su antojo no era sino una invención suya.
De este modo, la otra se alternaba diariamente con la que una vez sí fue, adoptando sus modales, sus papeles, imitando de forma tan autómata su pequeño universo que decidió, por un tiempo, dejar de ser la que había sido durante tantos años y darle a su compañera la oportunidad de vivir.
Pero el tiempo las transformó en rivales. Ahora era ella la que sí había sido para luego dejar de ser, la que añoraba esa rutina -la rutina de su impostora- de la que había escapado creando a su otra identidad.
Así que un día, harta como estaba de la vida que su segundo nombre le había dado, decide aprovechar un accidente de tren en la estación de Paddintong, Londres, para matar esa personalidad que la estaba consumiendo y ser, por fin, la que siempre había sido.
El centenar de cuerpos calcinados fue su coartada.
Aquella noche se sintió feliz, por primera vez en años, de dormir junto a la cotidianeidad.
No se percató, sumida en la conciencia de su persona como estaba, que el que yacía a su lado no era, desde hacía algunos años ya, su marido. Aquel otro la miró de soslayo.
Así durmieron juntos por primera vez los dos desconocidos.
@XeniaGD
A propósito de un artículo publicado por El País el 16 de febrero de 2000: “El muerto que nunca lo fue”
2 comentarios
Jeckyll y Hyde, una vez más. Esta vez no tengo claro cuál de los dos gana, aunque me sospecho que ninguno: cuando Jeckyll descubrió a Hyde, por más que quisieran destruirse mutuamente en realidad el uno no era nada sin el otro. Creo que a tu protagonista le pasa lo mismo.
Sí, me dá que en estas ocasiones no gana ninguno. Como en las guerras.
Bien podría ser una alegoría moral de los dos extremos que hay en todos los seres humanos. El bien y el mal. Lo dionisíaco y lo apolíneo. Al final, somos más complementarios que antagónicos.