Salí del papel húmedo sin hacer ruido. En el exterior había una lágrima negra y una sonrisa con una mueca opulenta sobre el extremo inferior, como si fuera un vórtice preñado. Entré en una lengua de estrella con ánimo de explorar, vaga esperanza y ridículo sueño de los vivos desaparecidos. Giré en la conciencia de tu memoria perdida, y continué hasta el ombligo con idéntico anhelo. Al final del camino sumergido, había una llanura de decepciones con muchos pastos. Giré el rumbo de tu aliento, pero cerré de inmediato. Fuera estaba el cielo abierto.
El pasado 4 de mayo tuve la suerte de asistir al curso «Fábrica de miniaturas. Taller de microrrelatos», impartido por Manu Espada. Además de hablar de aspectos formales del género hiperbreve, disfrutamos unas cuantas horas -que supieron a poco- del uso de las herramientas más habituales: la metaficción, el extrañamiento, la inversión (cronológica y de concepto), la intertextualidad, la literalidad, las listas o enumeraciones, el microrrelato visual, la elipsis y, por último, el micro surrealista. Todo ello con maravillosos ejemplos de micros de diversos auores, además de los escritos por él en su «Personajes secundarios» (¡Gracias, Manu, por el ejemplar!).
De esos últimos minutos, donde Manu Espada nos expuso los entresijos del micro surrealista, surgió este texto: un género sin normas, trama, ausente de toda verosimilitud. Si os animáis a jugar, tan sólo es necesario sustituir los paréntesis por las palabras que se os ocurran en ese preciso momento, sin pesar en un discurso o intención más allá del acto de escribir. Como véis, mi texto no sólo no es surrealista. Me atrevería a decir que incluso contempla cierta similitud con la estructura aristotélica de los relatos.
Conclusión: tengo que desmelenarme más al escribir.
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