Dialéctica

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No escribir es como tachar con boli rojo los recuerdos de la infancia,
no poder reconocerse en ojos ajenos
o hacerlo solo a medias.

Esperar un tren de cercanías en una estación abandonada,
con un libro de poemas en la mano del que no pasamos página,
atrapados como estamos en la soledad de la espera,
detenidos
hasta escuchar de pronto un sonido metálico,
impreciso,
sin que nada ocurra más allá de nuestros tímpanos tramposos.

No escribir es escribir sin darle apenas nombre a las palabras,
para poder así recobrar tímidamente la infancia más lejana y peligrosa
con sus costras clavadas en rodillas y codos.

No escribir es arrancarse las postillas
poco a poco
mientras la autoridad nos amonesta con un dedo índice
de uña raída.
De ese mismo modo duele no escribir
cuando la negación viste de blanco,
¿o es de negro?

No escribir es acariciar el miedo
de atrapar con la palma de la mano
un cuchillo de cocina sin mango
y aún así clavarlo,
clavarlo sin la mínima sombra de duda,
esperando como estamos
a que llegue ese tren de cercanías
que nos conducirá a la palabra exacta.

Porque escribir y no escribir es el mismo camino
recorrido a velocidades diferentes.
El mismo sentimiento impostado unas veces de muerte
y otras de poema,
de tránsito de la niñez con postillas descarnadas.
Ese eterno esperar un tren en una estación fantasma,
clavándonos en el costal un cuchillo sin mango
anhelando la única palabra
que nos hará libres.

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