Si aún viviera mi abuelo, me hubiera vestido a toda prisa e ido a buscarlo, atravesando Nervión y llegando al Polígono San Pablo, cruzando Los Arcos, aunque Los Arcos no existieran entonces.
Si aún viviera mi abuelo, le hubiera dicho: ¡Abuelo, en el ABC! Las familias decentes salen en el ABC -me decía socarrón- las reales, en El Correo de Andalucía, y él compraba El Correo leyéndolo de atrás hacia adelante, los muertos primero, los muertos de verdad.
O no. Quizás lo hubiera llamado a casa, a casa de la abuela, él sentado siempre en el sofá uniplaza con brazos de madera desgastados de arañarle a la vida las horas en el salón -el sillón del abuelo lo llamábamos todos- el abuelo pegado al teléfono fijo que alcanzaba siempre al segundo timbrazo, no importaba la hora ni el día, como si estuviera siempre esperando esa llamada, ¿Diga? Un diga grave y austero del cabeza de familia, porque aunque la casa fuera la casa de la abuela aquel era su sillón, y todos tuvimos la certeza de que había enfermado cuando el teléfono gritaba tres y cuatro veces antes de que un diga, un diga extraño, respondiera. Ya no hubo dos timbrazos nunca más.
Abuelo, he salido en el ABC. Eso le hubiera dicho si viviera. Ahí salen las familias decentes, no las reales, Fugitiva.
Únicamente conservo de mi abuelo dos cosas: el apodo de Fugitiva, no sé si porque él intuía que yo huía, escapaba siempre, y aunque lo disfrazase de reproche por no verlo ya tan a menudo yo atisbaba cierto orgullo, y un baúl de madera hecho con sus manos donde guardo mis diarios y que custodia el salón de mi casa. Un salón sin teléfono fijo ni sillón uniplaza de brazos sobados.
Lo primero que pienso al verme en el ABC es en mi abuelo y en que uno de los relatos de «Cárceles de azúcar» narra su muerte. Escribir es, ante todo, recordar. Para olvidarlo luego. La contradicción es solo aparente. Porque es precisamente al olvidar lo ocurrido cuando emergen los detalles cruciales. En la frontera entre el recuerdo y el olvido vivimos todos, dormimos todos, morimos todos. También pienso en que se puede sufrir una vez muerto. Sí que se puede. Y en cómo contar nuestras debilidades y miedos no nos hace más vulnerables, qué va, sino más fuertes. Y a ratos, también nos devuelve a los muertos, y los dos timbrazos antes de.
-¿Diga?
-Abuelo, he salido en el ABC.
-Anda ya, Fugitiva, anda ya. Que vas a salir en el ABC. Será en El Correo.
Eso me diría. Eso no me diría.
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