Mi no crónica de mi no cola en la Feria del libro de Madrid

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Ha sido mi primera Feria del libro en la capital. Nos fuimos los tres, porque con tanto viaje y tanta promo, los ojos azules de mi hija se resienten y me digo que está en una edad para que se le resientan otras partes del cuerpo, pero no la mirada hacia su madre. El sábado nos perdimos por las calles del Retiro. Nora hizo una cola de casi dos horas para comprarse la última novela de Blue Jeans. Se la terminó de leer esa misma noche y me dijo que incluso con aquella firma estampada le había sabido a poco. Mientras, vagabundeé por las calles llenas de historias contadas por otros. Conocí a Lara Moreno. Me encontré con Sara Mesa. Charlamos. En ese momento pasó Arantza Portabales, que reconoció mis dos trenzas y no los ojos transparentes de Sara. Nos reímos luego de la anécdota, de ese no reconocerse a veces, pero es que mis trenzas tienen más de mí que mi nombre. Esperé algo de cola para que me firmara Elvira Lindo. No soy nada mitómana, pero pensé que ya que estaba, pues bueno. Elvira tiene una sonrisa igual de acogedora que sus ojos. En la cola, justo detrás, había un matrimonio de unos setenta años. Él la llamaba mamá todo el tiempo: mamá esto, mamá lo otro, mamá espérate, mamá que ya nos toca. La condición de madre que nos borra la identidad, que nos la roba. Sentí una sacudida de felicidad en mi hernia discal al pensar que solo dos personas en este mundo me llaman mamá y que para el resto soy Xenia. O Kudry. Últimamente tengo un par de amigas que en su alegría compartida por lo que me está sucediendo, me llaman Kudry.

Fui a conocer a Eva Manzanares, autora del potentísimo libro de relatos que me terminé por la noche: «Todas lloran». Algunos de sus cuentos te golpean en la boca del estómago. Al conocerla, sentí que es una de esas mujeres de las que podría hacerme amiga rápidamente, no por la literatura, qué va, sino por la vida. Me encantó conocer a su pareja, que revoloteaba haciéndonos fotos y en la que yo vi -sin conocerlo de nada- purito amor y admiración por Eva. El amor que no se esconde dan más ganas de amar.

Por la noche fuimos a un garito con música de los ochenta y noventa en vivo. En Chueca. Nora canturreó alguna melodía sin mucho entusiasmo y se avergonzó de ver a sus padres mover las caderas al ritmo de la música. A la vuelta, nos cayó encima un aguacero y Nora reía con la misma intensidad que la lluvia. Cuando la risa escapa de las entrañas de una adolescente hay que dejarla volar, descarada, impúdica, atrevida. Me vino a la mente una imagen de mí misma. Yo reí -durante años- tapándome la boca con la mano. El día que comencé a hacerlo con la boca abierta y a hacer de mi risa el acento de lo cotidiano fui un poco más libre. Y más feliz.

El domingo, entrevista en directo para Publishers Weekly. Para quien guste, aquí está el enlace. Yo hace tiempo que he dejado de escucharme y de verme. No me reconozco en ninguna de ellas y una cosa es no taparse la boca y otra bien distinta terminar viéndose hasta en la sopa. Así que la comparto sin verla. Me llegó al alma, eso sí, que Manuel Mateo hiciera referencia a la calidad de página de Kudryavka como una novela capaz de convulsionar y alimentar el corazón.


Durante mi fin de semana en Madrid salí en varias listas:

Estuve firmando en la caseta de Alianza. Apenas una veintena de firmas. Lo digo sin un ápice de vergüenza. Pasé por casetas con escritores de primera línea que estaban prácticamente solos. También vi colas kilométricas de otros tantos, pero en redes parece que solo existen los segundos. Yo me quedo con mi veintena de lectores. Tampoco he entendido para qué nadie va a querer una firma mía, la verdad, pero en cualquier caso yo, como El Principito, me canchodeo de los números («A los adultos les gustan los números. Cuando uno les habla de un nuevo amigo, nunca preguntan sobre lo esencial. Nunca te dicen: «¿Cómo es el sonido de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas ?». Te preguntan: «¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?». Sólo entonces creen conocerlo. Si uno dice a los adultos: «Vi una bella casa de ladrillos rosas, con geranios en las ventanas y palomas en el techo…» no logran imaginársela. Hay que decirles: «Vi una casa de cien mil francos.«). De los míos y de los ajenos. Sí que recuerdo, sin embargo, unos labios rojos que vinieron a verme, un chico que me regaló un cuento suyo, de Salva Robles (¡ay, Salva!), al que por primera toqué, abracé y olí, culpable de muchas de las cosas buenas que me están pasando con Kudryavka; de los amigos que se acercaron (Belén, Fernando, Bárbara, Carlos, Dani, Lara, Águeda); de una pareja que fue amiga de Fernando Quiñones y que se emocionaron al ver escrito su nombre en mi cubierta, de los lectores desconocidos que se han atrevido con mi novela.
Para terminar este rosario de agradecimientos, no puede faltar en él todo el equipo de Alianza. Nunca me he sentido con ellos una escritora de segunda. Todo lo contrario. Pero sobre todo, más allá de la profesionalidad que se les presupone, me he encontrado con buenas personas. Y a estas alturas de mi vida, encontrarme con buenas personas me sacude de forma parecida a la carcajada de mi hija. Así que gracias a todos, Pilar, Raúl, Pepe, todos.

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2 comentarios

  1. Como siempre, Margarita, gracias por tu generosidad y tu alegría compartida. He estado desconectada un largo tiempo, pero parece que he vuelto 🙂 Beso enorme.

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