Desavenencias

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Cuando Graciela pretendía despertar, hacía horas que el otro lado de la cama había olvidado la calidez del sueño. Durante la jornada, para suplir la ausencia, acumulaba sus instantes sacudiéndose la pereza, poniendo lavadoras y fregando los restos de comidas no compartidas. A veces llamaba a amigas para intercambiar fingimientos y soledades. O imaginaba problemas propios o ajenos con los que satisfacer su necesidad de solventar dilemas.

Llenaba así sus días con tareas inventadas. Para que cuando Alejandro regresara, todo estuviera impoluto en una cama fresca recién hecha. Lista Graciela para la conversación de rigor siempre que la ocasión y el ánimo lo permitieran. Hasta que la muerte nos separe, recuerda Graciela. Aunque ella estuviera exhausta y -otra noche más- se hubiera dejado vencer por el sueño antes de su llegada.

A menudo pensaba Alejandro al acoplarse en el lecho que con un poco de suerte, cuando el sol golpeara los cristales vírgenes a la mañana siguiente, ella aún dormiría. Sería entonces cuando secuestraría a tientas el uniforme planchado la tarde anterior para no despertarla y marcharía a la peonada diaria que le permitiría a su amada almidonar la ropa y cocinar a fuego lento la impostura de vida tantos años alimentada.

Los rituales borraron en Graciela cualquier necesidad de sublevarse contra una realidad que parecía natural y lógica. No hubo grito, discusión, clamor o lamento que mereciera romper aquel destierro. Tan sólo un pseudo-abandono silencioso que fingía desvanecerse al llegar la noche, ante la perspectiva de esa charla en la cocina que rara vez se producía, de una mecánica descarga de testosterona desprovista de toda complicidad o, en el peor de los casos, de ese dormitar mecido por el calor de otro cuerpo.

Un día, tras años de coladas y vajillas renovadas, Graciela ajada se sorprende planchando el decrépito uniforme, huérfano ya de todo uso. Continúa siendo uno de sus quehaceres predilectos. Ese, y visitar todas las tardes la fosa de Alejandro, con la certeza de que -ahora sí- atendería sus palabras al anunciarle la ruptura siempre pospuesta.

Xenia García

photo credit: HumanSeeHumanDo via photopin cc

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3 comentarios

    • Cierto, Josetxu. En general somos bastante flojetes. No íbamos a hacer una excepción en las relaciones personales.Mejor dejarse llevar…. como Graciela. Lástima que cuando decidió romper la inercia le sirviera ya de bien poco.

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