La vida en familia (II)

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(Si quieres leer la I parte, pincha aquí)

Ya sé que a ciertas edades hay interrogantes incómodos. En mi casa, por ejemplo, nunca pudimos hablar sobre sexo, la muerte o la religión. Cada uno se buscaba sus propias fuentes y desde luego nunca pusimos en común de dónde veníamos o a dónde íbamos. Quizás gracias a aquella etapa de buscavidas puede que desarrollara luego una destreza especial para tratar -sin hablar- ciertos temas. Supongo que tendría que haber intervenido para hablarle a la niña de la prostitución en términos más genéricos, y acabar así de una vez por todas con esta situación insostenible. Para eso también está la familia.

Pues dice Marco Antonio que si tú no me quieres él me va a buscar una madre que no sea tan puta.” Así arrancó el último castigo, que le costó a la niña cuatro horas de ostracismo en el interior del armario del cuarto de invitados, lleno de polvo y humedad. Valentina se fue a la oficina dejándome con el encargo de no permitir que saliera la niña. Y lo cierto es que las dos primeras horas fueron sencillas, pero a partir de la tercera del fondo del armario salían gritos y sollozos combinados con palabras inaudibles que no me permitían concentrarme en nada, ni siquiera en la novela. Valentina cree que soy demasiado blando para enderezar voluntades imprudentes como la de la niña. No le falta razón. Pero cuando gritó que quería que conociera a alguien no pude contenerme.

¡Papá, papá! ¡Papá, veeeeennnnn! ¡Quiero que lo conozcas! —abrí una de las hojas del armario y asomó su cabeza sudada tras la esquina. Debe hacer un calor horrible ahí dentro, pensé sintiendo una punzada de culpabilidad. —Vamos, papá, métete aquí conmigo. Yo no puedo salir, pero tú sí puedes entrar, ¿no?

Bueno, técnicamente eso era cierto y aún quedaban unas horas para que regresara Valentina, así que me arrodillé y entré a gatas en el armario. Su interior era como un gran vientre oscuro y fecundo. Me acomodé a tientas junto a la niña que se movía dichosa y me sorprendió no sentir el bochorno de aquella época del año. Tampoco resultaba tan incómodo, después de todo, aunque tenía ese olor característico a los objetos que permanecen alejados del uso. Y la habitación de invitados llevaba años sin hospedar a nadie más que a mi suegra cada navidad.

Una vez nos habituamos al silencio y oscuridad del interior del armario, la niña quiso presentarme a Marco Antonio. Digamos que eran tan sólo buenos amigos y el idilio lo había fantaseado para mortificar a Valentina. Parece un buen chaval, y se preocupa sinceramente por su bienestar. Le trae incluso la comida y como nuestros conflictos familiares no han terminado de resolverse, le ha buscado una madre. Una menos puta, me ha dicho. Le he tenido que reprender por usar tal grosería en mi casa, aunque sea dentro del armario del cuarto de invitados. Que la familia está también para eso. Para decir lo que está bien y lo que no. Ni siquiera ha hecho falta otra disciplina que la palabra. Ha bastado amenazarlo con salir del armario y ponerlo de cara al espejo.

Desde entonces estamos esperando a que venga su nueva madre. No sé si ha pasado un día o dos, estando como estamos prácticamente a oscuras. Creo que me quedaré a esperarla. Hay varios rincones del armario que la niña me quiere mostrar. Así aprovecho y lo adecento un poco mientras se completa la familia. No creo que la niña pudiera soportar saberse huérfana, aunque sea en un lugar como éste.

Xenia García

(Relato seleccionado en el II Concurso Internacional de relato breve Geep Ediciones, para formar parte de una antología de cuentos dentro de la Colección Sherlock, de narrativa negra, de intriga y policíaca. En este enlace podéis concultar el fallo, así como los autores de los 20 relatos seleccionados).

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2 comentarios

    • Mil gracias, Josetxu. Tengo un tanto abandonados los relatos cortos. Si hay suerte y al final curso ese taller anual al que voy a encadenarme gustosamente por un año, espero que los próximos meses sean más prolíficos.

      Gracias de nuevo por el cariño de tus palabras.

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