«Después de una confesión, siempre rompe otra.»
Hay días que te quiero tanto,
que salgo a la calle con ese vestido que no me regalaste
ese que deja respirar al corazón para que se airee
mientras permite entrever todo el mundo que llevo dentro
a cuestas
a veces.
Esos días en los que tanto te quiero,
lo hago como una loca,
con las uñas,
con el ombligo,
para convencerte siempre de que te quiero
y te beso con los besos que prometí darte después de aquello
sin palabras que los ensucien.
Quizás por ese motivo,
en los días que tanto te quiero,
la piel me brilla chorreando mis excesos
y los ojos se nublan y empequeñecen
y me pongo el vestido que tanto te excita.
Me lo pongo para ti,
aunque no me lo regalaste
aunque tú acaricies el móvil
mientras le suplicas al aire,
a ti mismo,
un momento, solo es un momento.
Así que no sé por qué, amor,
los días que más te quiero
siempre acudo a verlo.
No es que yo lo busque, no.
O puede que sí.
¿Qué importa ahora?
Las calles lo escupen, lo ponen a mi alcance,
celosas de saberme enamorada
en estos días que me digo
que tanto te quiero,
siendo cómplices de la brisa que eleva las faldas de mi vestido
para que no consiga ver mis piernas
para que no pueda decirles que no vuelen apresuradas
sorteando las piedras del camino
hacia el hombre que no debo.
Lo primero que hago entonces
es correr a sus brazos
porque quizás, puede ser entonces, que no te quiera tanto.
O puede que todo carezca de sentido
y la realidad del amor esté llena de dobleces.
Como ves,
hay días que te quiero tanto,
tanto,
que no puedo hacer otra cosa
que querer a otro,
y entregarme a su cuerpo con el mío exultante
con el único propósito de despertar el remordimiento
que me aplasta
y le roba el brillo a la vida.
Porque es ese arrepentimiento el que me lleva de vuelta a casa
obligándome a pensar lo afortunados que somos,
y a escribir mientras tú acaricias el móvil,
que hay ciertos días,
amor,
que no sabes lo mucho que te quiero.
No hay aún comentarios