Podría cogerte en brazos y susurrarte que eres el niño más precioso. Sonreirías, así como haces tú, mientras te leo sobre Pinocho, levantando la vista como si comprendieras cada palabra, pidiéndome dormir conmigo -qué importaría- tu mano descansando en mi pecho mientras leo que una jirafa enamora al cocodrilo, otros juzgando la educación que te doy, mi aversión a silencios delante de ceros-y-unos. Qué importa lo que digan si nosotros tenemos a la librera y ella esconde todos los números en sus rincones.
Llenaríamos nuestra casa de palabras y libros, tú ayudándome en la cocina, todo un hombrecito, yo queriendo ser esa persona-grande-mejor-amigo-del-mundo. Hasta que quizás un día yo te diría: vamos a por un libro. «Mejor unos botines de esos que se llevan», uf, nosotros, que siempre huíamos de ceros-y-unos y empiezas a responderme ceros-y-unos de colores desconocidos. Por eso voy a la librera, ya sin ti, para que me enseñe a interpretarte y soportar esta soledad que siento al entrar en casa. Te abrazo pero no eres tú, sino un desconocido hablando ceros-y-unos, pero no tú, y moriría porque me dijeras: mamá, léeme un cuento. Pero sólo me dices: mejor unos botines. De esos que se llevan.
2 comentarios
El paso inexorable del tiempo y esa «madurez». Preadolescencia y circunstancias combinadas. Uf. Me veo super identificada con ese «destete». Un beso Xenia 😀
Un beso. Miedo me da lo que está por llegar 😉