Piedra, papel o tijera

Comparte este artículo...

Golpea la piedra.

Ya sabes, no me gustan las chicas gorditas –soltó un día. Ya sabes.

Me dije que solo había cogido un par de kilos, imperceptibles, nada serio ni notorio. Quizás tres. Pensé: No entiendo por qué hay tipos que se ocupan de nuestros cuerpos con tanta furia. Pero solo dije: ¿No?

Porque no. Porque yo no sabía.

Tendría unos veinte años y la cara rotunda. Mi abuelo, a veces, me llamaba con cariño Carapán, así, en un sólo vocablo, como aquella novela de Sara Mesa (“Cara de pan”) que compraría un par de décadas después nada más anunciarse en novedades, devorada por la nostalgia de una cubierta y un apodo, cuando ya quedaba poco de la redondez de mi rostro y nada de mi abuelo. Descubrí que aquella pedrada la habían padecido más chicas, que lo que viviría luego no era único sino repetido, diez, cien, mil veces repetido. Cada vez a edades más tempranas. A los nueve, diez, once años, cuando el cuerpo es aún el territorio del juego. Y que nueve de cada diez son Ellas. No Ellos. Y si no son Ellos sino Ellas, es que quizás, solo quizás, tuviera que ver con el patriarcado y con el capitalismo.

Comparte este artículo...

No hay aún comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *