Pórtate bien y aprende

Comparte este artículo...

A los tres le regalaron la primera muñeca, un bebé regordete e hiperrealista con el que aprender a dispensar los cuidados aparentemente innatos que luego alguien le solicitará en nombre de la maternidad y la crianza. La imagino cambiándole los pañales, acunándola en el hueco de su brazo derecho –ea, ea, ea–, dándole el bibi ensimismada y propinándole suaves golpes en la espalda para extraerle el flato luego. “Vamos, hija, tú pórtate bien”, le decía su madre. La niña mecía la muñeca con el sigilo de la que esconde un secreto, el secreto impronunciable de no querer ser madre, de no querer ser esposa, de no querer ser princesa. A los tres, comenzó a aprender a querer.

Los antiguos egipcios hacían sus muñecas con trozos de madera. Los japoneses con papel plegado. Los antiguos pobladores americanos con lana o tela. Los alemanes del siglo XIX con porcelana. Los esquimales con piel de foca. Mi abuela jugaba con una de cartón piedra. Mi madre, de trapo. Las mías, de plástico.

Comparte este artículo...

No hay aún comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *